Comentario
También el ritmo de la Ilustración americana guarda puntos de contactos con el de la metrópoli. Así, puede considerarse que el período de esa protoilustración emblematizada en el grupo de los novatores tiene su paralelo en el papel precursor que desempeñó una de las más extraordinarias personalidades de la cultura hispanoamericana, el mexicano Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), que con su obra prefigura a los enciclopedistas del XVIII, en palabras de Elías Trabulse. Carlos Sigüenza, en efecto, es un significado adalid del criollismo, en sus principales escritos, como Las glorias de Querétaro, La primavera indiana o Paraíso Occidental (1683), donde combina sentido cristiano, mitología clásica y una profunda vivencia de la historia americana, desde las viejas tradiciones amerindias hasta las creaciones de su época. Otras iniciativas intelectuales le vinculan aún más directamente con el mundo setecentista, especialmente sus escritos contra la astrología, redactados a raíz de la aparición del cometa de 1680, que partiendo del universo mental de la revolución científica pertenece ya a la época de una crisis de la conciencia que no fue sólo europea.
La Ilustración temprana se caracteriza en América por la recepción de la obra de Feijoo (destinada a ejercer un gran influjo), la aparición de los primeros periódicos y el inicio de las grandes expediciones científicas, especialmente la de La Condamine, con su rama específicamente española encabezada por Jorge Juan y Antonio de Ulloa, y la de Límites al Orinoco, dirigida en su vertiente científica por Pehr Löfling.
La Ilustración plena se inicia en América en los años setenta. Es el momento de las grandes obras, de las grandes expediciones, de las grandes figuras, de la conciencia clara de la Ilustración, que se manifiesta en el despliegue de las instituciones características, en la difícil reforma de los viejos centros de enseñanza, en la ebullición científica, en la proliferación de las expediciones botánicas o hidrográficas, en la aparición de los más importantes escritos de economía política, en la implantación del neoclasicismo academicista, en la expansión de la creación literaria, en la difusión de las Luces como vehículo de un cambio profundo de la sociedad.
El criollismo presente en todos los estadios de la Ilustración americana termina por desembocar a fines de siglo en el pensamiento que sustenta intelectualmente la lucha por la independencia, de tal modo que la última generación ilustrada se pasa a las filas de los insurgentes. Incapaz de contenerse dentro de los límites del Antiguo Régimen, la crítica reformista se transforma ya decididamente en liberalismo político; y por ese camino, incapaz de contenerse en los límites del sistema colonial, en ideología independentista. Nacido todavía dentro de las murallas de la ciudadela reformista, el pensamiento de principios del XIX se instala ya en el extramuros liberal e independentista para ocuparse más específicamente de la teorización política de la emancipación. Son los integrantes de una nueva generación, la generación de Simón Bolívar, embarcada ya en otra empresa, viviendo en otro universo mental. Como en España, también en la América española, la época del reformismo ilustrado terminaba alumbrando la época del liberalismo, que en este caso implicaba la independencia política de los reinos de Indias.
La Ilustración americana bebió en las mismas fuentes que la Ilustración española. Basta una somera visita a las bibliotecas de los principales ilustrados criollos para encontrar una selección de libros muy similar a la que podría hallarse en las bibliotecas de los ilustrados metropolitanos, incluyendo un cierto porcentaje de obras en francés y en inglés. Desde este punto de vista, las fuentes europeas fueron manejadas por los intelectuales americanos con la misma o incluso con mayor soltura que los metropolitanos, ya que si América opuso a las Luces el espesor de la distancia física (sobre todo en los centros situados en el interior del continente) y la sutilidad del tejido de su red cultural y educativa (con tramas demasiado ligeras), por el contrario pudo disfrutar de la práctica bien arraigada del tráfico de contrabando con los países europeos (potencias económicas y culturales, capaces de introducir tejidos baratos y lecturas prohibidas) y de una menor implantación inquisitorial.
En resumidas cuentas, el principal elemento de diferenciación no fue, por tanto, la mayor o menor dificultad en abastecerse de libros prohibidos por la censura gubernamental o inquisitorial, ni tampoco la adopción de las nuevas ideas a partir de fuentes directas o a partir de fuentes indirectas, es decir filtradas por el tamiz de la versión metropolitana. El principal elemento de diferenciación provino del contraste de dichas ideas con la realidad americana.
Una realidad que fue minuciosamente observada a lo largo del siglo, con un sentimiento de orgullo transmutado ahora en una apasionada captación de la naturaleza y de la historia del Nuevo Mundo. En este sentido, quizás la obra paradigmática, entre muchas otras que merecerían también recordarse, sea la del militar ecuatoriano Antonio Alcedo, quien incapaz de compendiar en un texto original toda la compleja realidad americana pasada y presente, se contentó con publicar una obra de ambiciones más reducidas pero no por ello menos vasta y emblemática, el famoso Diccionario geográfico histórico de las Indias, editado en cinco volúmenes en Madrid entre 1786 y 1789.
Si la Ilustración americana y la Ilustración metropolitana se inspiraron en parecidas fuentes, del mismo modo ambas se mantuvieron durante el siglo XVIII en los límites marcados por el reformismo, sin cuestionar las bases económicas, políticas y por descontado religiosas del Antiguo Régimen. Tan sólo al final del período la confrontación con la realidad específicamente americana motivó la aparición de unos rasgos diferenciales que terminaron por plantear la necesidad de una revolución que significaba la independencia. Una necesidad que sólo se hizo patente a partir de la crisis desatada en la metrópoli en 1808.